
Llegué a la plaza como hago cada día en la mañana. Pero de noche y sin la bolsita con pan para las palomas. Llegué a la plaza acompañada de mis fantasmas, esos que no me dejan dormir y a esta altura dejaron de asustarme.
Llegué y todo era silencio, pesado, hondo,húmedo como mi Buenos Aires.
Recorrí diagonal norte con la frente en alto interpelando a esas mujeres con mi mirada y encontrando un dolor de esos que ya no es fácil soportar.
Sola una vez más. Sola como recorro la plaza cada jueves al amanecer, sola como fui a disfrutar que bajaran el tremendo cuadro del horror...calladita, apoyada en la puerta cancel de un edificio que odio hasta el amor.
Mis viajes diarios a la plaza me permiten dejar de recordar. Me distraen las mujeres, los gritos de vendedores, los pibes que me salpican con detergente en las esquinas...yo sé que me gritan a mi...vieja loca.
Vine con mi bandera. Esa que me regalaron el día que me recibí en la Universidad en los cincuenta...la que llevé en mi mochila en cada viaje a la isla, con la que despedí amigos, con la que me tapé en las noches frías de temor,con riesgo a ser también encontrada.
Avancé en mi plaza, en nuestra plaza...desfilaron imágenes que se me caían como migas de pan. Me paré en al centro...frente a las cartas pegadas en el piso, con letras borrosas de los tantos llorares. Extendí mi bandera segura de haberle encontrado el mejor lugar.
Y lloré también...lloré en pueblo. Y esta poblada de amor y dolor me permitió desarmar casi el último de mis prejuicios...porque nunca pensé que lloraría a un peronista.