miércoles, 16 de octubre de 2013

pueblo en cama
















Mamá: hay un peronista en mi cama.
Te juro que no entiendo bien como fue,
 se me metió con artimañas y sonrisas,
 con vino tinto y hablando de los niños,
 con la camisa blanca...la de las fotos en blanco y negro.
Yo resistí recordando la situación de la clase obrera inglesa,
él me traccionó inventando esto de que la revolución vendrá, pero no es motivo para rehusar las alegrías de la existencia.
Y me abrazó.
Tan fuerte, como un conductor que sabe de la ciencia o el arte de conducir como una permanente creación.
Yo traté de alejarlo...señalé infamias indescriptibles propaladas por mis enemigos en la izquierda democrática...pero me arrojó entre las sábanas y cientos de almohadas, mordiendo labios, cuello, hombros, alertando sobre las consecuencias de los errores de organización.
Y se metió con la eficiencia de la organización peronista, eliminando factores disociantes, sabiendo que un buen conductor no puede embanderarse.
Y me hizo gritar.
Y relajé clases, tragué las plusvalías, me desangré en rojos, me tensioné hasta ahogarlo en su propia doctrina.
Tragué lealtad y sinceridad, libertad.
Fumamos varios, luego, como en la plaza.
Mi plaza roja, la de él ni yanqui ni marxista.
Nos abrazamos sabiendo que no había más encuentro, porque de estas diferencias no se vuelve.
Adiós compañero dije, adiós camarada...sonrió.
Y dejamos de pensar, para sentir piel con piel que hay más que patria.

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