martes, 25 de abril de 2017

la conquista del desierto




No me gustan los secos. 
Los hombres secos y las mujeres secas.
 Tan correctos y agrios. 
Prolijos y ordenadores.
 Con carteles y voces que chirrían. 
Con orgullo de la conserva y el mérito. 
Me dan rabia y urticaria.
 No los quiero cerca.
 No me gustan los secos.
 La vida es abrazo,
humedad en tanto humor 
y sueños colectivos.
Los secos compran autos
tremendos como penes ideales.
Compran casas rubias y vestidas de blanco, 
caracoles perfectos, sonrisas como soda.
Los secos huelen a menta rancia,
a colonia.
Corren con raquetas
de encordados de tripas.
Sueñan con hijos en Harvard 
y hablan mucho.
Las secas andan orondas por los shoppings
y a veces hacen regalos a la muchacha.
Ellas se ponen tetas, botox y penas.
Y las más secas rezan ante los curas
y entregan limosnas, secas.
Corren en cintas mirando secas por las ventanas.
Duermen temprano, espalda con espalda.
Los secos poco conocen de los orgasmos.
No saben donde queda la campanilla.
Los secos usan azules para ser rojos.
Las secas fingen.
Primero sacan las migas que hay en la mesa.
Porque el amor requiere limpieza y orden.
Y estos secos se encuentran entre otros secos
haciendo apología de la sequía.
Miran, comparan,niegan.
Resienten el propio amor.
Sufren si un otro inunda.
Secan.
Quisiera ser un tsunami.



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