lunes, 5 de enero de 2015

desvestime





Tené cuidado con este vestido, lo puedo volver a usar.
No desechamos nada en este conjuro de hembras.
Hay vestidos que adoramos, que nos quedan bien, que usamos varios días, hasta aburrirnos, hasta aburrir. Entonces los sacamos de circulación.
Es interesante que con el tiempo una aprende que aún el vestido que peor nos queda puede ser necesario alguna vez, entonces nunca, nunca le sacamos la etiqueta.
Yo tengo viejos vestidos que de vez en cuando plancho, ventilo y me vuelvo a probar. Vestidos amarillos, de encaje, ajustados, largos.
Vestidos aptos para ir a fiestas, otros para pasear por la rambla, o por las calles de Buenos Aires.
Tengo vestidos de jean, informales. Vestidos de novia, esos que no usé por obvios.
Vestidos de diseño de autor, de moda, de penas. Vestidos para llorar.
Hay uno marrón de terciopelo que me pongo para reir. Ese tiene el nítido perfume de su cuerpo.
A cada vestido le impongo un ritual. Lo examino delicadamente, lo acaricio e intento encontrar su puntada débil. Y cuándo estoy ahí refuerzo la presión hasta retorcerlo.
Tengo de lana cuando necesito sentir que mi piel me pique, con rabia.
Vestidos para la marchas, los de plaza, son negros.
Tengo un vestido para adelante, es azul con flores bordadas en naranjas.
Y me pruebo nuevos, y guardo a los del antes, a los que usé poco o mucho, no importa.
Mis vestidos y yo configuran mi historia de amores con tantos hombres que desvistieron mi vida.
Y como a mis hombres...
Los presto, pero no los doy.
 Tené cuidado con éste, lo puedo volver a usar.

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