jueves, 4 de febrero de 2010
mouse
Muy pocas veces mar adentro tuve miedo.
Algunas sentí la clara posibilidad de una muerte heroica... pero sin mayores tormentos.
Esa noche me tocaba no dormir, por orden del capitán.
Nos hacía turnarnos , intentando socabar nuestra templanza y jugar con "sus niñas" vulnerables.
Yo no odiaba a los hombres poderosos, no me había enfrentado todavía con una rata, nunca.
Podíamos caminar por la borda, estaba permitido. Prendí mi séptimo cigarro.
- Tengo que cortarme estas uñas- pensé, seria y profundamente, cuestión que me hizo sonreir...Hacía tanto que no sentía urgencia de resolver algo no importante.
Busqué algún sector en la superficie del barco que se sintiera lo suficientemente áspero y empecé a limar, tranquila y delicadamente cada sector de todas las uñas de mis dedos.
Cuando vivía en la nieve tenía las manos hermosas.Limarlas y barnizarlas era un ritual semanal del que jamás me quise escapar.
Escuché ruidos en la bodega. Todos dormían, seguro.Tenía yo, esa noche, la responsabilidad de vigilia.
Bajé por una escalera enclenque y y corroída por el agua.
Seguramente me iba a encontrar con los ojos alarmados de varias ratas hambrientas.
Por costumbre agarré por el mango el cuchillo que llevaba en mi corpiño. Herencia de mi abuelo, pirata y cazador legal de tiburones.
Pensaba en mi abuelo y su adicción por las licencias de la vida, irresponsable, irreverente, bebedor y lumpen.
Pensaba en mi abuela y sus batidos y su sonrisa siempre quieta, siempre dura, fija, como si no quisiera ensayar otra por temor a perderla y no recuperarla más.
Lo intuí.
Me tapó la boca y tomó de la cintura desde atrás, cobarde.
Me dijo dos o tres frases que lejos de asustarme inyectaron de alerta mi cuerpo.
Lentamente comenzó a invadir cada parte de mi con sus manos hediondas, torpes, saladas, arrugadas e irregulares.
Baboseó mi cuello y tiró de mi pelo, varias veces.
Me respiraba tan cerca, me metía su aire por las fosas de mi nariz y mis orejas.
No recuerdo más o no te lo quiero contar o no encuentro palabras que puedan leerse sin que se te retuerza el pecho o te des vuelta quedando con las víceras hacia afuera.
Adoro pensar antes de actuar y esa noche me dí ese gusto.
Pensé en liberar mi mano de su brazo y lo hice.
Pensé en encontrar el espacio intercostal y lo hice.
Pensé en clavarle la hoja hasta el tope del mango, sin error...
Fuí la única sospechosa de la muerte del capitán y no lo negué en ningún momento.
Atada y con la mirada piadosa de las otras niñas y más de un amigo de viaje llegamos al puerto. Tenían la órden de no hablarme.
-Qué hiciste, hija? -lloraba mi padre caminando a mi lado mientras me llevaban a la celda.
- Maté a mi primera rata-sentencié.
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